miércoles, 16 de junio de 2010

"Amor, curiosidad, prozac y dudas", Lucía Etxebarría (1997)


Rosa, Cristina y Ana son tres hermanas y cada una de ellas representa un tipo de mujer: la ejecutiva perfecta, la mujer rebelde contra todo, refugiada en las drogas, el alcohol y el sexo, y la mujer deprimida.

Lucía Etxebarría eligió estos tres prototipos de mujeres para saltar al mundo literario con su primera novela: Amor, curiosidad, prozac y dudas. Por supuesto, ya el título nos da una gran pista del argumento de la obra: personajes perdidos, relaciones amorosas tormentosas y una controvertida relación con todo aquello que está prohibido o mal visto. Así eligió Lucía Etxebarría darse a conocer en el mundo literario. Por ello, nada de lo que aparece en el libro es casualidad: no es casualidad que los personajes principales sean mujeres, que una de ellas adopte una pose aparentemente vulgar y rebelde, que las tres estén marcadas por los sufrimientos amorosos, que otra sea una alta ejecutiva y que la otra esté deprimida y enganchada al prozac. El mensaje es claro: la autora quiere hablarnos de la imagen de la mujer y de sus problemas, quiere presentarse desde un primer momento como una escritora feminista. Sin embargo, no parece que la obra acompañe a esa empresa, que más bien podríamos catalogar como seudofeminismo. Así, encontramos en la novela numerosos clichés y estereotipos que, lejos de ahondar en el problema de las mujeres, nos presentan a una mujer que pocas quisiéramos ser. Da la sensación de que Lucía Etxebarría liga el feminismo con las drogas, el alcohol y, sobre todo, con tener que adoptar un rol que no tiene por qué ser el nuestro y que resulta exagerado. El hecho de que la autora nos retrate a la trabajadora nata como una mujer que solo se preocupa por su trabajo y sus negocios se aleja muchísimo de la realidad y no parece que contribuya a esa igualdad que tanto le gustaría reclamar a Lucía Etxebarría a través de sus obras. Todo lo contrario, la imagen de la mujer sigue siendo la misma: la mujer sigue estando esclavizada al hombre (ello se observa perfectamente en las depresiones post-relación sentimental) y solo encuentra su salida si se comporta como un hombre. Por si esto fuera poco, nos encontramos frente a una prosa manida, impostada y que no consigue que el lector llegue a introducirse de lleno en la historia, sino que lo aparta de ella. Es evidente cómo Lucía Etxebarría quiere llamar la atención y resultar controvertida a través de Cristina, pero, lejos de ello, lo que realmente consigue la autora es ofuscar al lector con un planteamiento tan cutre sobre la desigualdad entre hombres y mujeres y la lucha continua de la mujer, muy alejado del verdadero feminismo y de la novela feminista de verdad, como Simone de Beauvoir o Virginia Woolf.



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